En esta ocasión, me he puesto a meditar sobre, lo que comenta en sus modales nulamente caballerosos, y su creencia que éstas practicas se refieren a cuestiones sexistas.
Ceder el asiento, recorrer la silla, encender el cigarro a una mujer, son modales que yo sinceramente aprecio en un hombre, y no porque sienta que deba tratarme como una discapacitada o inútil, sino porque creo firmemente que se debe a una situación cultural, que se ha convertido en una costumbre, que a muchas mujeres nos agrada, y no por ello, voy a preservar la tan desagradable discusión sexista entre hombres y mujeres, entre si uno es más débil que el otro, entre que si uno es mejor que otro, diferencias las hay; tanto un espécimen como otro tienen contrastes, pero los modales de caballerosidad, aunque hayan nacido con esa intención de “resguardo, de protección al débil”, creo que su sentido en la actualidad ha cambiado (por lo menos yo lo percibo así), a uno más costumbrista, que adquiere un carácter de amabilidad, atención y ayuda, en contraste al de superioridad machista.
Si analizamos el otro lado de la moneda, puede que a algunos hombres les moleste este tipo de practicas, porque de manera simbólica, no toleran el supuesto carácter de “servilismo” que se podría entender con estos detalles a una fémina, entonces ahí sí, estamos hablando de cuestiones sexistas.
Agradezco estos detalles infinitamente, por lo menos de mis parejas en turno, no crean que soy la clásica mamona que exige a cuanto varón conoce que se comporte de acuerdo a mis gustos, no, pues aunque sea mujer, tampoco se me quita nada, por ceder el asiento a un viejito, a una mujer que carga un niño, o incluso a un varón que tenga alguna discapacidad, o encenderle el cigarro, cuando tengo a la mano el fuego, y proporcionárselo a un hombre, que muchas veces he hecho y sinceramente no me molesta, porque lo veo como un acto de ayuda, atención y amabilidad, que de incompetencia, inutilidad o discapacidad.
NOTA: Contextualizo el motivo de este blog, se debe a que en el anterior post titulado: “En el viaje”, dije que agradezco los modales caballerosos de un hombre, y aprovechando, invité a mi estimado visitante “Indigente iletrado” a que viniera a tomarse unos mezcales a mi ciudad, por lo que su respuesta fue:
Indigente Iletrado dijo...
¿Cúal es tu pueblo?
Aunque no cuentes con que te deje pasar primero, ni te ceda el asiento, ni te recorra la silla, ni te encienda el cigarro. Me precio de no ser un caballero.
Aunque soy amable, es sólo que no soy sexista como tendría que serlo para andar tratando mujeres como discapacitados.Iré por un cigarro.
Respuesta:
No te preocupes, no me molestaré. Todavía no eres mi amante.
G e i s h a
5 comentarios:
Una ocasión estábamos en una fiesta de pubertos alcoholizándonos gratuitamente algunos amigos.
Una señorita de cintura efímera bailoteaba cerca de los únicos tipos desaliñados del lugar. Eligió al más presentable entre nosotros (yo no, obviamente) para pendejear con su cuerpo como única carta de presentación. Demasiada televisión así como el vodka con arándano que bebía la comensal gatilló su cuerpo para entre su descontextualizada plática juguetear con mi amigote dándole un testereo en los testículos con su delicada mano después de plantearle la posibilidad de golpearlo sabiendo que no respondería sabiéndose ella mujer.
Aquel ingrato quedó con su rostro en el fango con sus manos sujetando su entrepierna después de haber perdido el color del rostro mientras aquella se alejaba como gacela entre risillas satisfecha de haber comprobado su hipótesis.
No contaba con que éramos nosotros.
Apenas se incorporó mi mancillado amigo no tuvo empacho en ir directo hasta ella, arrojar su vaso de cristal importado de la colección de sus padres al carajo, sujetarla del cuello levantándola mientras la insultaba como lo haría un marinero ebrio. Cuando escucho la palabra energúmeno me viene hasta la cabeza la imagen de aquel cabrón.
Cuando flexionó el brazo para desplzar su tersa mandíbula de la peor forma mientras la tenía levantada del cuello (se trataba de una jovencita esbelta) con sus pies agitándose la gacela estaba aterrorizada. No es que no haya podido hacerlo, no es que no pudiese haberla golpeado merecidamente por la agresión irrespetuoso, es sólo que al mirarla orinarse encima del terror le pareció suficiente.
A mi no me habría importado que estuviese orinándose.
¿Te engañé?
Sí sucedió. La mentira radica en que debería confesar que también me habría bastado mirarla así.
Me educaron cinco mujeres, crecí con todas ellas alrededor, supe de la férrea e intensa vulnerabilidad que jamás cede, ni se doblega en una mujer antes que muchos otros hombres, entendí los dimes de la mestruación antes que me aprendí la tabla de multiplicar del nueve, hurgué en sensibilidades ajenas pero tan familiares antes de mirar una vulva.
Así que tú dime si realmente es creible que no gire ligeramente mi cuerpo para abrirles paso, que no extienda mi mano para facilitarles el andar, que inadvertidamente no force mi espalda para procurarle comidad en la oscuridad cuando los cuerpos son cómplices.
¿Lo es?
Suficiente, me he orinado.
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