martes, octubre 28, 2008

conversaciones...

Memo: ¿Alguna vez has tenido un dolor de cabeza muy fuerte?
Lila: Si, lo he tenido.
Memo: pues eso me ocurre después de una crisis.
Lila: Cada quien tiene formas diferentes de sufrir sus crisis.
Memo: Es como cuando odias a una persona, la detestas, pero no puedes dejarla. Es como una pareja, supongamos que lo que te une a ella es demasiado fuerte y no lo puedes explicar. Sabes que te es desagradable pero sigues con ella.

Miré enfrente, veía al hombre que más detestaba, al que comenzaba a odiar desde que decidió no bailar conmigo. ¿Guillermo lo había observado?, o ¿era un simple pensamiento que nada tenía que ver con lo que ocurría en el lugar?

viernes, octubre 24, 2008

Orquesta sinfónica



Siempre he tirado la baba por el chelista, que ahora la hace de director en la orquesta de este video digno de apreciarse.

miércoles, octubre 22, 2008

Paréntesis porque mañana es mi cumple (osease hoy jueves)

Soy una persona que agradece los regalos que sirven, si alguno de ustedes quiere darme algo con gusto pongo a su disposición una lista de las cosas que agradecería infinitamente me regalaran, con motivo de mis 25 primaveras.

1. Una caja de herramientas, pinzas, desarmadores, llaves y demás (Me estoy volviendo un mujer que aspira realizar labores masculinas, se me ha dado la gana por comenzar a aprender a meter mano en mi coche).
2. Bolígrafos de gel (no importa que sean de los baratos) ¡pueden creer que siempre ando lidiando por una mondriga pluma! Mis alumnos ya se saben la primer frase de la clase: 'Alguien que me preste una pluma'. ¡Chale, paradojas de mi labor de escribidora!
3. Mi gran fetiche son los zapatos con tacón de aguja y si tienen plataforma mejor (soy del número 4.5 o 5 de calzado).
4. La peli original de Buñuel con mi nombre,¡estaría eternamente agradecida quien tuviera ese detalle conmigo!, o alguna otra peli de Bergman, Kubrick, Kazan, Kieslowski, Hitchcock, Miyazaki...nada quiero, jo, jo.
5. Una bolsa del mercado para meter mis libros y demás chucherias del trabajo, quienes me conocen, ya saben que tengo gustos medios kitchs, jo.
6. Algún libro de un autor chingón, no importa que este viejo.
7. Siempre he deseado que el tipo en turno, me regale un babydoll, pero chale, nunca se me ha hecho.
8. Algún disco de buena música, no importa si es mp3 con selección de rolas que me gusten, miren que para eso pocos saben de mis preferencias en materia musical, pero se las hago saber...Beirut, Goran Bregovic, Robyn,
9. Un carta. Hace tiempo uno de mis alumnos me escribió una carta, creo que fue el cumple pasado, pero es uno de mis grandes tesoros porque en ella me dice que después de ser su maestra soy su amiga, snif, snif.
10. Sueteres, porque me muero de frío y no tengo, ja, ja, ja.
11. Una memoria usb, me serviría infinitamente ya que tampoco he tenido dinero para comprarla.

Aunque no me den nada, la verdad, prefiero estar un día conviviendo y con-bebiendo con todos mis cuates, (Ya saben culer@s el sabadabado en mi casa, tlayuditas y carnitas asadas) que para eso me chingo en el trabajo, yo invito la comida ustedes ponen el pomo, ja, ja, ja.

domingo, octubre 19, 2008

Golpes

Mi cabello ha crecido. El tinte de las mechas rojas se ha debilitado a un color cobrizo. Nunca me había atrevido a cortar y pintarme el cabello, hasta que decidí dejar a Luis. La frecuencia de nuestros encuentros fue nula. Hacer el amor una vez por semana, se redujo a una vez por mes, después de un mes sin verlo, el plazo fue indefinido.
Las primeras semanas se convirtieron en arduas torturas de orgullo. Hubiera resistido con más entereza, si mi moral acaeciera al primer sinvergüenza, pero no tenía a un sinvergüenza a la mano, sino a un hombre que con valor, más que vergüenza, me había pedido que me casara con él, si Alejandro me había pedido eso, no era conveniente siquiera tener sexo con él.
Pasaron ocho meses y en lugar de que mis labios se contrajeran, el abismo de mi vagina se hizo más profundo. Lo noté cuando no resistí más, toqué la puerta del departamento de Luis en pleno lunes a las diez de la noche. Admirado me ofreció sentarme y previendo cuál era el objetivo de mi visita, quiso tener un preámbulo social, que francamente me parecía innecesario.
Si no fuera tan cobarde, desde el primer paso en su casa y al oír cerrada la puerta, me abalanzaba sobre su cuerpo, pero opté por sentarme en el sillón, seguirle el juego de su afable cortesía, ¿debía creerle en su papel de hombre amable?, acepté un vaso con agua y lo vi tomar una copa de brandy con coca, sus ojos lo delataban, estaba drogado. Yo tenía meses de ascetismo, cero alcohol, de vez en cuando algún cigarro, ningún churro, ningún perico, sólo el maldito infierno de encontrar negativas razonables para decirle que NO a Alejandro, que comenzaba a fantasear con que yo fuera la madre de sus hijos.
Mis pensamientos eran claros, mi cuerpo estaba limpio; deseaba tener el sexo de Luis en mi boca, para que después me penetrara con la violencia que nunca utilizó pero con la que siempre fantaseaba. Su hablar era lento y su mirada turbia, no me preocupaban demasiado. Hacer que un hombre tenga una erección no me es labor difícil. Su misma naturaleza es previsible. Luis insistía en preguntar qué me había pasado. Le resultaba extraño que después de tantos meses yo lo buscase. Tendría que haberme pasado algo. No le dije nada, hasta después de unas cuantas venidas, horas de malabares en su cama individual, y por fin un mísero orgasmo de mi parte, mi nariz y oídos enfermos por la gripe de tres semanas atrás, se destaparon y pude confesárselo: Alejandro me golpeó.
¿Quién diablos era Alejandro? ¿Por qué me había golpeado?, fueron preguntas que no hizo, pero que noté a tientas en su rostro consternado. Yo nunca le conté algo de las personas con las que salía, él, en cambio si tenía la maña de platicarme sus conquistas y cómo se follaba a las mujeres, como si esos comentarios fueran advertencias claras, ‘no me interesa tener algo serio contigo: Mariana’.
Pero olvidando esas consignas que tiempo atrás me destrozaron el corazón, esta vez, necesitaba contarlo, necesitaba decírselo, ahora tendría que escucharme, porque no había afán de molestarlo o provocarle celos, era simplemente la confianza a la que había llegado, cuando se me hizo normal que él me platicara de sus aventuras, ahora yo quería que me escuchara con oídos amistosos, no miré su rostro, sólo hablé y hablé de lo que había ocurrido tiempo atrás, de la propuesta matrimonial, hasta que poco antes de que yo llegara a la explicación de porqué ese tal Alejandro me había golpeado, Luis interrumpió: ¡CALLATE Marian!, hasta ese entonces me di cuenta que la cara despreocupada e indiferente de Luis ya no era la misma de siempre. ¿Qué pasa?, pregunté, mientras me acercaba a dónde estaba sentado, sin preverlo, toqué sus rodillas, me incliné frente a él y cuando miré su ojos a punto de hacer brotar algunas lágrimas, alzó su brazo y me soltó una bofetada, del impacto di un breve salto hacía atrás, antes de que yo pudiera razonar lo que estaba pasando, Luis ya se había arrepentido, al instante él se dirigía hacia a mi para abrazarme y pedirme perdón, no pude pronunciar palabra del golpe, pero lo único que pude hacer fue resistirme a sus brazos, sentía el frío de piso, estaba desnuda, Luis comenzaba a lloriquear, y sus frases entrecortadas decían ‘perdóname’, cuando pude zafarme de su cuerpo corrí a buscar mi ropa, me vestí ante los intentos de Luis de abrazarme. Cuando terminé de vestirme, tenía tanta rabia que no podía siquiera decirle palabra para insultarlo, justo antes de salir del departamento, Luis me tomó de la cintura, lloraba como nunca imaginé verlo, y entre susurros me dijo al oído, ‘te has cortado el cabello’, me solté de su cuerpo, le azoté la puerta. No contesté a sus llamadas, evité verlo, borré sus correos antes de leerlos, y no volví a abrirle a la puerta de mi casa. Mi cabello creció de nuevo.

miércoles, octubre 15, 2008

Guerra terminada

No pretendía seguirlo. No iría con él para seguir tolerando sus numeritos de borracho adolescente. Odiaba sus cuestionamientos insistentes del ‘¿me quieres?’, a la tercera vez que me preguntaba en menos de una hora, ya era capaz de decirle que NO.
En ese momento lo detestaba más. Ver su cuello con una marca morada que yo no le había hecho, era seña fiel de cuanto nuestra relación había funcionado, de lo malos amantes que éramos.
Cada vez mi repulsión aumentaba. Las últimas veces lo había visto borracho y en esta ocasión, me había dicho las suficientes cosas, para que me pusiera a llorar de la afrenta. Yo su verdugo, él me amaba tanto y yo la puta malnacida que lo hacía sufrir. Ahora resultaba que YO era la culera y él la víctima.
No tuve tiempo de arrepentirme, por instantes mi razón me dijo que debía arrepentirme. ¿Y si ese hombre que tenía enfrente era el amor de mi vida?, ¿y si con él debía quedarme?, en definitiva las respuestas eran negativas, cada vez encontraba más razones para dejar de hacerle perder el tiempo.
Vi como se fue directo a un bar, era la primera vez que no accedía a irse conmigo. Estaba enojada. Si quería seguir tragando mierda sin mi, pues que se fuera muy al ¡carajo!, yo tenía que ir a trabajar el otro día.
Tomé mi rumbo. Al cabo de unos minutos dije que debía volver, él estaba borracho y solo, alguien tenía que ir a dejarlo a casa. Mínimo le debía un acto de cortesía, por las flores, por las cenas, por el alcohol, por las bailadas, por los regalos, por los diez años de quererme... bah, tenía que regresar simplemente.
Volví después de media hora, vi como salía del bar al que había entrado y se dirigía a otro. Cuando puse un pie en ese lugar, él ya estaba saludando a una muchacha. Tintinié con mis dedos su espalda, y su cara al verme mostró una expresión de horror y asombro, porque su ligue había sido fallido.
La muchacha me saludó, y él no tuvo más que presentarme como su ‘novia’. La mujer se llamaba Emilia y tenía tanta parsimonia que sabía improvisar perfectamente en situaciones incomodas, igual a la que nos encontrábamos en esos momentos; mi figura de mujer celosa era la más evidente. Aunque si me hubiera comportado como una verdadera mujer celosa, ya le hubiera hecho un numerito, no saludaría a Emilia y la invitaría a arreglar las cosas a punta de cachetadas y jalones de pelos, pero no tenía ganas de pelear por un tipo que no podía gobernarse a sí mismo.
Insistieron para que pidiera una cerveza, no quería tomar, odiaba el sabor a cerveza cuando estaba enojada, brindé las primeras rondas de alcohol con un cigarro que Emilia me había dado. La mujer saludaba a los chicos del bar, y en broma le decían ‘la insaciable’, Emilia era una tipa guapa, me agradó más de lo que podría imaginar, y si no tuviera un chaperón traducido en seudonovio, me embriagaba con ella.
Sin advertirlo ella comenzó a platicarme de su noviazgo, tal vez quería hablarme de su pareja, para dejar claro que mi hombre no le interesaba. Lo constaté cuando nuestra charla nos hermanó, cuando nos reconocimos como dos zorras disfrazadas de corderos.
Me lo dijo con seguridad, ‘tu novio es un pendejo’, lo miré, y él estaba escupiendo en el piso; tercera vez en la noche que comenzaba a detestarlo, primero por tirar el chicle en el suelo de cantera, después por tirar el hot dog, y luego por escupir saliva en el piso. Él no necesitaba una pareja, lo que buscaba era una mamá que lo educara, y yo no quería hacer eso.
Demasiadas estupideces cometía esa noche, desde verme con él, escuchar sus reclamos, soportar su insulsa mentira de que ‘no tenía nada en el cuello’, seguirlo en los bares para llevarlo a su casa, discutir y hacer escándalo en el andador, pero de la única cosa que estaba segura que no había sido una estupidez, era haber conocido a Emilia.
-¿Sabes lo qué es un orgasmo?, ¿le has hecho un orgasmo a esta vieja?
Yo reía deliberadamente, mientras Emilia no dejaba de balconearlo y hacerlo comprobar su mala elección de mujer.
- ¡Claro que sé!- Alex mostró la lengua. Nosotras reíamos. No cabía duda, Emilia y yo éramos unas sinvergüenzas congénitas.
Él prefería mil veces que yo al entrar a ese bar, le hubiera roto la cara a Emilia por celos, pero no que me pusiera a platicar con ella, la situación era realmente incómoda, su novia se burlaba de él con otra zorra a la que pretendía ligarse minutos antes.
- Ja, ja, ja, tu cara lo dice, y la risa de ella lo confirma, tú nunca le has hecho un orgasmo.
- ¡claro que sí!, ¿verdad mi´ja? Once seguidos.- No respondí, hubiera sido mejor que se quedara callado, era la cuarta vez que él se convertía en un bicho con el que yo no tenía nada que ver, sólo compartía diez años de bonitos recuerdos, que no dejaron de ser eso, recuerdos alterados a nuestro antojo para que parecieran bonitos.
- ¡eres un presumido!- le decía Emilia, yo sabía que ese adjetivo era un eufemismo que él no entendía, pero yo no me atrevería a traducirle.
- ¡cómo se ve que no sabes!, ¡ésta vieja se ve que es bien caliente!- está vez no pude contenerme la risa, ¿era eufemismo contra mi? O ¿era mi cara de urgencia?
Alex no toleró estar más tiempo en el lugar. En minutos le creció un odio terrible hacia Emilia. Di por hecho que había ganado la guerra. Se iría conmigo, lo llevaría a casa, haría mi santa voluntad porque por fin entendería que debería de hacerme caso todas las veces que yo le dijera basta.
Me despedí de mi congénere descubierta. La besé en la mejilla. Alex se despidió. Dos pasos fuera del bar dijo: ‘¡pinche vieja loca!’. Di vuelta al sur del andado, Alex quería ir a otro lugar hacia el lado norte.
-Sólo regresé por ti, ¡vámonos! Te voy a ir a dejar a tu casa.
- No, vamos al Freebar
Dejé suspendida mi mano, repetí con voz de mamá autoritaria ‘sólo regresé por ti, vámonos’.
- Puedo irme sólo a casa.
No hubo besos, no hubo despedidas, no volvimos la mirada. Cada uno siguió su rumbo. Yo había regresado, él había decidido no irse conmigo. La guerra estaba terminada.

domingo, octubre 12, 2008

Paredes herméticas

En ese afán de ‘ayudarme’, que siendo sinceros, me parece una ayuda incómoda, porque no le he pedido socorro a nadie, mis amigas se han encargado de hacerme citas, porque creen que su buena acción del día, es verme con alguien ‘felizmente amarrada’.
La última a la que accedí fue porque Dolores, no paró de insistir. Con todo el prejuicio de no querer mover un dedo, supuse que esa vez sería una ‘más’, de sus intentos fallidos por conseguirme pareja.
Cuando las cosas no se dan, no se dan y punto; pero soy experta en los fracasos de pareja, tengo cierta manía para hacer lo que no quiero, aceptar por pura diversión, o porque no hay cosas más interesantes que hacer. Otra posibilidad, es que muy dentro de mi, guardo la estúpida esperanza de encontrar a alguien, que se acomode a mis necesidades.
Las primeras referencias que supe de Julián me las dio Dolores por teléfono, haciendo énfasis en que tenía un doctorado en física, le gustaba la poesía, tenía 30 años, hombre soltero, maestro de matemáticas, y algunas otras monadas más que ya no recuerdo. Me aclaró que no era tan guapo, pero mis gustos y sus preferencias, podrían generar algo de química entre nosotros.
Esa noche iría con un vestido azul debajo de la rodilla y unas zapatillas cerradas, identificaría a Julián porque estaría esperándome en una plazuela del zócalo de la ciudad. Unos pasos antes de llegar, pensaba enviarle un mensaje para saber quien era, pero él me interceptó en el camino y me saludó muy dispuesto, ‘Hola, ¿eres Mariana, verdad?’, no recuerdo qué reacción tuve, pero le sonreí mucho más dispuesta de lo que imaginaba.
Julián no era muy alto, pero sus lentes y el saco de pana café, aunado a su informal pantalón de mezclilla, me agradaron en primer momento. La aseveración de mi amiga era parca, el hombre era guapo, al menos eso me pareció aquella noche. Caminamos por la ciudad, y no creí tener tanta seguridad frente a alguien que me gustase, él bromeaba y yo devolvía el comentario con algo más ingenioso.
Nunca he comprendido de donde saqué tanta gracia esa velada, porque si en algo soy mala, es en ser un mujer risueña y coqueta.
Reía deliberadamente con él, y las trivialidades en menos de una hora de habernos conocido, se fueron convirtiendo en formales indirectas de coquetería. Había ocurrido lo que nunca antes: él me había gustado, y yo también le había gustado a él. Entramos a un café, yo pedí una copa de vino, él, un café y unas crepas de cajeta.
Cuando pidió la cuenta, vi la nota, y saqué dinero para pagar lo que había consumido, me quedé esperanzada a que él se negara a que yo pagase, pero cada quien cubrió sus gastos y mi esperanza costó cincuenta pesos por la copa de vino tinto.
La noche comenzaba a recordarme la mala elección de mi vestido escotado y a la rodilla, pero esa gran desventaja, se convirtió en el pretexto improvisado, para que Julián se quitara el saco de pana y me lo pusiera en la espalda. Mientras lo acomodaba, me tomó de la cintura, y sentí como su barba y sus bigotes tocaban mi rostro, su voz torpe me dijo ‘te deseo’. Era lo más cursi que había escuchado, pero el tipo me gustaba, y la frasecita, se había convertido en el preámbulo para sentir el vapor del cuerpo, con el literal: ‘vamos a coger’.
Nuestra platica en el café había girado en torno al sexo. Sus bromas entre palabras denotativas, se convertían en connotaciones sexuales. Como todo macho, su lenguaje rayaba en lo obsceno de la fanfarronería, que justifiqué en mis adentros, con ‘nadie es perfecto en este mundo’.
Pese a todo no iba a resistirme esa noche, el tipo me gustaba y si habría sexo ocasional, no tenía ningún inconveniente en aceptar, por el simple hecho de que se me daba la gana, mis bragas estaban mojadas y no iba a andarme con sensiblerías baratas del ‘¿qué va a pensar de mi?’, hacía mucho que mis amigas, mi familia, y mis vecinos, ya pensaban muchas cosas de mi, que un extraño, aumentara un pensamiento a mi alargada fama, no me tenía muy preocupada en esos momentos.
Llegamos caminando a mi casa, un cuarto adaptado como departamento, con paredes de adobe dentro de una casa vieja en el centro de la ciudad, me gustaban sus muros porque eran lo suficientemente herméticos y fríos, como para que mis gemidos no los oyera el vecino de al lado.
Julián entró a la recamara. Como no pensaba tener visitas esa noche, las sabanas estaban en desorden y el reguero de ropa y accesorios, que había ocupado para arreglarme, alfombraban el piso. El hombre se quitó la ropa con sumo cuidado, su cuerpo estaba repleto en vellos, tenía una figura atlética; además de guapo, culto, era un excelente deportista, sus cualidades no contrarrestaban sus desaciertos, no pagaba las cuentas, era un fanfarrón, no tenía carro y tampoco tenía dinero para llevarme a un hotel, pero a simple vista, me era bastante antojable.
Dueña de mi espacio, encendí la computadora vieja para poner música. Hasta esa noche me di cuenta que el ruido del procesador era incómodamente escandaloso. Saqué los preservativos. Apagué la luz y lo último que vi, fueron sus bóxers aún puestos, sus piernas gruesas, unos pectorales marcados y mi cama lista para albergarlo.
La noche trascurrió, los besos iniciales, las caricias estúpidas, las quejas de que mi procesador era horrendo y no lo dejaban concentrar, me hicieron no insistir y quedarme desnuda y dormida en menos de media hora, cuando desperté ya había luz, Julián roncaba a mi lado, tal vez no roncaba, creo que estaba eructando, porque las crepas de la noche anterior le habían provocado un malestar estomacal.
Me desperté, he intenté reanudar lo que no se dio en la noche, la luz me dijo una gran verdad, la erección de su pene era un insulto a mi placer. Algo no le funcionaba y por primera vez, me sentí fea, imperfecta, grotesca.
Fui a la cocina para calentar agua y prepararle un te de manzanilla, cuando volví a la cama con la taza , vi que en su pantalones había una tira de seis condones, no pude contener el comentario ‘¿así que tenías planeado cogerme?’, ‘nunca se sabe cuando pueden necesitarse, además ¿tú por qué tenías condones en tu casa?’, respondió preguntando, algo que me parecía absurdo.
Tener condones en mi casa, no tenía nada que ver con que yo tuviese planes de cogérmelo, no podía responderle siendo sincera: ‘pues, esos condones me sobraron de hace tres días’, pero solo respondí con su mismo argumento, ‘nunca se sabe cuando se pueden necesitar’. La gran paradoja era ¿por qué llevaba seis condones?, si ni siquiera pudo usar uno, ¿por qué presumía tanto en el café?, y ¿por qué la idiota de mi había accedido a tan grande quemón?, la gente podría pensar de mí lo que quisiera, pero no podía perdonarme que llevara un hombre de a gratis a mi cuarto, cuando ni siquiera me había hecho gritar. Me ocasionaba mucho malestar tener que pensar que él fuera tan guapo, tan, tan perfecto para mi, y tan, tan, tan, pendejo en la cama.
La cruda existencial se me vino después de que lo despidiera de mi casa. ¿O era yo la pendeja en la cama y no me había dado cuenta? No quise investigarlo. Nunca lo volví a ver, pero cuando Dolores me marcó en la mañana le dije‘¡qué gran chasco!’ le colgué y no quise hablar del asunto, dejó de verme con cara de lástima.

jueves, octubre 09, 2008

A y D

Hace tiempo vi como una parejita en pleno andador turístico tenía reacciones comúnmente raras. Desde mi taxi pude ver como la muchacha y el joven que la acompañaba, iban un tanto indiferentes.
El tipo, pongámosle como nombre ‘D’, se paró frente a un carrito de hot dogs, preguntó cuánto costaban; sin ganas de ser amable el encargado respondió que quince pesos, D regateó pidiéndolos a diez pesos, para ese entonces pude comprobar que estaba borracho, porque su habla gangosa lo delataba.
D y la muchacha, a la que le daré el nombre de A, se quedaron frente al carrito esperando a que el cocinero pusiera la salchicha en el asador, pero éste no ponía nada, ella musitaba algo a D, tal vez pidiendo evitarle la vergüenza de regatear.
D volvió a regatear, y el cocinero con una cara de desprecio le dijo que se fuera dos cuadras abajo, ahí los encontraría a diez pesos. D le preguntó a A si quería comer un hot dog, ella dijo que no, él volvió a insistir y ella volvió a decir que no.
El cocinero puso la salchicha en el asador, D escupió el chicle en el piso de cantera, A le dijo con tono de chavita fresa: ‘oye, no tires el chicle en el suelo’. Acto seguido, la mujer levantó el chicle y lo tiró en el bote de basura que estaba a unos pasos. D, la observó maravillado.
El cocinero le dio el hot dog a D, él pagó con cambio, dio algunas mordidas y le ofreció a A, que mordió el hot dog solo para complacerle, D volvió a comerlo y le hizo señas para que A comiera, ella se negó, D tiró el hot dog, la mujer volvió a refunfuñar, esta vez con un tono de voz parecido al de una mamá regañona: ‘oye, NO tires la comida’.
En esos segundos me temí que D fuera a golpearla, me preparaba a salir del taxi por si la discusión comenzaba a ponerse caliente, pero tal vez no hubiera sido el único, porque para ese entonces, las personas que estaban cerca del carrito de hot dogs, ya miraban a la pareja en plena lucha silenciosa e inofensiva.
A y D se miraron, ella le dijo algo en voz baja, D levantó el resto del hot dog mordido y lo tiró al bote de basura, seguramente A le ordenó que lo levantara.
D le tomó del brazo y le señaló el bar que estaba en la parte sur el andador, A respondió a un volumen en el que incluso pude escucharle desde mi carro ‘no, me quiero ir, te tengo que ir a dejar, tu familia va a pensar que estas tomando conmigo y no es así’, D respondió: ‘a mi familia no le importo, acompáñame’, y la jaló del brazo, ella se resistió y dijo que no iría, él caminó unos cuantos pasos con dirección al bar, A se quedó mirando como D avanzaba. Decidió al cabo de unos segundos irse en dirección contraria. No volvió la mirada.
D se detuvo, quizá esperaba que la mujer estuviera detrás de él, giró la cabeza, pero A ya caminaba del otro lado y no volteaba.
El show terminó, la tensión de un hombre y una mujer se había desatado por dos voluntades en desacuerdo. Arranqué mi taxi y me sentí feliz por seguir soltero.

jueves, octubre 02, 2008

2a Temporada del Gobierno de la vagina

Hace un mes hice un reto de disciplina. Meta que me propuse porque estaba platicando con un compañero del taller de Fadanelli (que ciertamente me caía como patada en el culo), y comentábamos que un escritor tiene temporadas en las que no puede escribir. Entonces me dije que yo si podría hacerlo. Por eso me propuse postear diario, sin embargo, llegué a conclusiones importantes:
1. La mayor parte de que escribía tenía muchas fallas, ya que el tiempo que dedicaba a escribir era mucho menor.
2. El escribir a fuerzas saca cosas indeseables.
3. Por el medio en el que publico, que es este (internet), los formatos y estructuras son distintas, el postear diario, tampoco permite que algo se someta a discusión más concienzuda.
4. Pero sin duda una de las mejores enseñanzas es que: la disciplina te hace aprender a planear las cosas.
5. Aunque la cantidad, no es garantía de calidad, por lo menos hay de donde escoger, para limpiar y perfeccionar.

Por tal motivo se me dio la gana reiniciar esta segunda temporada del 'Gobierno de la vagina', pero con un nuevo reto. Ayer hablaba con Guille (otro compa del taller, pero este si me cae re bien) de eso, hacer pocas cosas, pero chidas. Me va a costar más trabajo, pero ahora incluiré otros parámetros de rigor: tiempo, limpieza, funcionalidad y madurez del texto. La meta son 10 post. Así que por hoy iniciamos el reto, esperando que ustedes queridos lectores comenten, discutan qué tan atractivas son las historias, y si de plano ven que la estoy cagando, háganmelo saber, se los voy a agradecer infinitamente, sus críticas son importantes.