domingo, diciembre 21, 2008

La que no quería ser actriz...



Ando enferma, probablemente sea cuestión de estrés. Ayer presentamos 'Las damas del lago', una obra que dirigió mi amiga y maestra Liliana Alberto.
Este año lo cierro con muy pero muy poco dinero, pero puedo jactarme a estas alturas que ha sido el mejor año de mi vida. Lo inicié trabajando con la obra 'A flor de tierra', nos contrataron dos ocasiones para vestirnos de época, una en Santo y otra en la inauguración del instrumenta, estuve de metiche con Saúl (mi cuate el performer) en un happening, nos integramos a la ópera 'La traviata' he hicimos su producción escénica, nos contrataron en un bar para su inauguración, ayudamos en la puesta en escéna de la mejor actríz de Oaxaca en su obra 'Alas de mujer con alas', y finalmente termino con una breve pero muy significativa participación, en la obra: 'Las damas del lago', que presentamos ayer en el teatro Juárez, obviamente no tengo un papel importante, pero ahí estuve...
Y eso que no quería ser actríz, ja, ja, ja.

martes, diciembre 09, 2008

Atolera de Oaxaca

Mamá dice que sus atoleros están fichados por los policías municipales, ya no los dejan vender en las calles principales del zócalo, hace unas semanas levantaron sus triciclos con la tamaliza y el atole caliente. Ese día ninguno de ellos le dio abono, por unos cobertores y electrodomésticos, que les vendió semanas atrás.
Los trabajadores de todas las oficinas, prefieren comer una torta de Tamal de 10 pesos y un atole de 5. Un desayuno en cualquier cafetería establecida, lo encontraría por lo menos en 30 pesos, si no es que más.
Una vez que los atoleros fueron desalojados, los restaurantes venden más, los trabajadores reducen sus gastos en cosas no necesarias, no saben que cada vez es más difícil que los atoleros se asomen, pero saldrán de nuevo por la necesidad y rezando a la virgen y al señor del rayo, porque esa mañana, los operativos comandados por el presidente municipal no vuelvan a quitarles su mercancía.
Para algunos turistas, visitar Oaxaca es barato, para los indocumentados de E.U. que regresan a su tierra, se les hace irrisorio tener que pagar 3 pesos por entrar a un baño asquerosamente público.
Los europeos, los norteamericanos, los orientales disfrutan las fiestas. Les parece mágico observar la desorganización total de la comunidad, los bailarines disparejos en el escenario, los grandes y espectaculares edificios de corte barroco, donde se presentan números de danza o teatro con ínfima perfección a la que están acostumbrados.
En la calle abundan los músicos, ninguno de ellos asistirá a un conservatorio. A los extranjeros y fuereños, les admira que haya muchos más artistas en la pequeña comunidad que los términos globales llaman como ‘tercermundista’, que en un ciudad industrializada.
Ninguno de esos ‘artistas’ de la pluma, la música, la danza, el teatro, o el cine, saldrán del pueblo.
En 50 años se perderá el registro de sus obras ‘no profesionales’ para los gustos dominantes del mundo capitalista, se emplearán como lo escritores de los discursos oficiales, los que alegren las fiestas de los altos funcionarios, los maestros de arte de niños de secundaria, los que se dediquen a hacer los comerciales y publicidad de los negocios más injustos.
Perdurarán los artistas que nunca lucieron por su trabajo, sino por el chispazo de las buenas relaciones.
Voy a misa. La gente se hace más devota y reza en silencio, tiene más fe en tiempos de crisis. Toma más alcohol, aunque asiste a menos fiestas. Comencé a fumar desde los 20, mis nuevos amigos de 18, lo hacen desde los 15.
Las calles se hacen insuficientes, más gente tiene carro, compró su estatus por una deuda que le sacará hasta la última gota de sudor, por lo menos en cinco años, pero con auto ahora se sienten ‘gente’.
El pueblo se reestructura, las calles se remodelan, el drenaje renueva su porquería en tuberías nuevas, hay más hospitales hasta casa del carajo, para que los enfermos lleguen cuando ya estén muertos.
La revolución se apagó. La gente vive resentida. Odiamos al vecino por no haber puesto barricadas o por haberlas puesto. Nos contenemos de sacarle los ojos a aquel que nos diga ‘acarreados’, somos gente de bien, ¡si señor!, marchamos por la paz, marchamos por la revuelta, marchamos por toda incompetencia, pero lo que más orgullo me causa es marchar por impotencia.
Nos hemos convertido en viles peregrinos esperanzados en personas, no en actos individuales, ni en revoluciones internas.
El atole es una bebida sagrada, hecha de maíz, ninguna cafetería la vende, se especializan en cafés extranjeros. Sólo las manos de la tierra, solo las manos sagradas hacen el atole, la bebida del pueblo, los polecías municipales se llevaron la mercancía caliente de los atoleros, de seguro en su cuartel se la comerán.

martes, diciembre 02, 2008

Ebria humillación

Yo sé que a nadie de ustedes les interesan mis crisis existenciales, lo sé, lo sé... y que si vienen a éste, su humilde espacio, es para mofarse de lo que escribo. Debo confesar que disfruto ridiculizarme, hacer un superlativo de los sucesos cotidianos que me pasan, aunque los momentos en que me ocurren esas tragicomedias (fuera del campo literario), no son tan agradables.
Podría escribir sobre la estrella porno que descubrí hace unos días y que me dejó anonadada, de lo bien que hace su trabajo, y la necesidad tan imperante que me ha nacido para escribir un ensayo acerca de la pornografía... o podría contarles que hace unos días me fui a asolear las carnes a la playa con mis amigos y ni siquiera tomé una gota de alcohol, o darles algunas razones por las que extrañamente (y digo extrañamente porque si es raro), todo este año me he cogido a un solo hombre, lo que me parece un acto biológica y cruelmente innato en las mujeres: ser perramente fieles (y no por gusto, sino por comodidad y seguridad).
Podría contarles acerca de las reuniones con los intelectuales de la pluma, a las que he asistido sin ser invitada, y también como mis amiguitos menores que yo (Guille, Marisol y Víctor) han sido invitados a lecturas públicas de sus escritos, mientras que yo, ni lector y escritor que me fume (si, ¡les tengo mucha envidia! ¡ah malditos!) ja, ja, ja, realmente, no, me gusta mi clandestinidad, lo que me condena a ser un personaje engorrosamente molesto, porque he descubierto que no me gusta socializar con intelectuales.
También que acepté un trabajo muy parecido al de prostituirme, con la diferencia que no implicó un acto sexual, sino vestirme de fichera, actuar como borracha e ir dando vueltas y gritando en un carro de los 30’s, por todo el centro histórico promocionando el aniversario de un bar, así que si vieron a una tipa media putona saludándolos e invitándoles a la cantinita, era yo.
También puedo platicarles de la obra de teatro que montó mi maestro, y que es toda una golosina de genialidad.
Me encantaría escribir sobre todas estas banalidades, de las que hasta hace un mes hubiera podido escribir con toda naturalidad, pero ocurrió ‘algo’ que me trae como animal salvaje en una jaula de zoológico. Ese algo, que me ha envenenado con un coraje mezclado con orgullo, humillación y un bloqueo letrado, reflejado en este bló.
Todo comenzó con la feria del libro, entré a un curso de novela, (ya no diré nombres porque luego me va mal), el primer día del curso, tuve el primer golpe de la crisis: ‘soy una escritora de clichés, soy una escritora de clichés, soy una escritora de clichés...’ el maestro lo dijo claramente: ‘ustedes mujeres, no están escribiendo nada nuevo, todas son escritoras de clichés, escribir sobre abrir las piernas, no es nada nuevo’ (lagrimitas en mis ojos).
El escribir una novela también requiere de una transformación en el autor, un cambio, al que por comodidad no nos arriesgamos. El mundo se me cayó encima, porque antes de iniciar el taller, tuvimos que enviar nuestros escritos y me avergoncé vehementemente de mis letras.
El segundo día, después de hacer muchos esfuerzos en el trabajo para salirme y llegar por lo menos a una hora del curso, el maestro me corrió. Obedecí como animalito dócil que soy, e intenté justificar, que su determinación era correcta, ya era muy, muy, muy tarde para que entrara a interrumpir, ja, ya lo había hecho ...
La decisión estaba tomada, había pedido de favor a una de mis amigas, para que me supliera los días siguientes, y yo pudiera asistir al curso, regresé a la tercera sesión y volví a llegar tarde (¡no tengo madre! pero ¿qué? ¡estaba trabajando!), esta vez tampoco me salvé porque ocurrió ese ‘algo’. El escritor me dijo: ‘usted compañera que siempre llega tarde ¿cómo se llama?’ Sutanita de Tal, al final de la sesión quiero hablar con usted, porque leí unas cosas en su blog que me faltaban al respeto, y yo a usted no le he faltado’.... ¡Zaaaazzzz! ¡me cago de la vergüenza! pues ¿qué dije?, ya no me acuerdo...
La preciosa clandestinidad en la que había permanecido, lo gris de mi persona en el círculo intelectual, mi inexistencia en el curso había relucido en su máximo esplendor, por una gran pendejada.
Entonces recordé ¡aaah!, fue esa palabrita que dije, y representaban una falta de respeto para el maestro.
Creía y creo aún, exagerado el numerito en clase, insisto en que no le falté al respeto, ¿Cuál fue la palabra? No la diré en este post.
Al final de la clase, me presenté de nuevo, escuché al sensei, al que sin conocer antes le había guardado un respeto tan amplio por considerarlo un mounstro intelectual, hasta que me recordó su condición de mortal al sentirse ofendido, porque ¡YO, Yo, yo, yO!, y digo eso, porque estoy consciente de la insoportable levedad de mi ser, lo había nombrado con un adjetivo ‘no respetable’ en alguno de mis post.
Si la solución era ofrecer disculpas, entonces las dí, y el sensei remató con ese ‘algo de atroz’ que me dejó mal, mal, mal... ‘sal de Oaxaca, conoce otros círculos... leí tus escritos y tienes serios problemas, ¡no dejes que otros escritores te traten así!’... (lagrimitas, snif, snif).
Ese día fue nefasto, salí regañada, tuve que ir a misa, y de paso al panteón. La sangre había corrido. Regresé a la siguiente clase, hicimos un escrito cuyo requisito era plagarlo de clichés, para eso soy buena, escribí sobre la visita al panteón.
Intercambiamos papeles, para reescribirlos y limpiarlos de lo innecesario. El último comentario de los compañeros en la clase, fue el de Perla, que tenía mi papel, dijo que había leído el relato y en efecto era malísimo, infestado de figuras trilladas y nostalgias comunes, agregó que leerlo le había hecho sentir lo suficientemente mal, como para encontrar por donde reescribirlo. No pude obtener mejor halago. Ese día salí con una sonrisa, en los tres días no pronuncié palabra, pero tenía decido algo, no regresaría a la última sesión, porque tomaría mis maletas para irme al mar, no tomé gota de alcohol y me hundí en la ebriedad de mi humillación, tenía una hemorragía abierta, que aún supura.