¡Qué desvergüenza la mía! no tenía diez minutos de conocerlo y ya lo estaba besando, pero ¿cómo negarme a tan antojable boca, a tan sutil seducción, a tan atractivo hombre y al deseo incontenible de besar a alguien?
Él también tenía ganas de besar a alguien, cualquiera visiblemente capaz de saciar un simple placer de cortejo sexual, acudió a la persona indicada, en el momento indicado, a la hora perfecta, justo cuando caminaba en esa calle, cruzando el parque y la verbena.
Cualquier otra muchacha decente, no caminaría sola a esas horas de la noche, cualquier otra no hubiera estado ahí sin compañía de alguien, cualquier otra por muy guapo que fuese lo hubiera mandado al demonio, pero yo, le seguía el juego.
Cuando se presentó tratando de socializar, mi raciocinio me dijo que no era prudente, que podría ser un maniático, drogadicto, peligroso, que tendría que mandarlo al demonio a la primera oportunidad, no lo hice. Sabía que aunque lo fuera, sería aun más débil.
No olía, ni alcohol, ni a cigarro, con poca luz podía distinguir su ojos, no estaban rojos, y su palabras eran las típicas de un galán buscando una aventura, no era peligroso.
Lo miraba con los ojos que dicen que tengo de demonio, sin parpadear; la oscuridad, mi cabello negro, suelto, le daban una sensación tétrica,
Supongo que no esperaba reaccionara así, tal vez en cuanto concluyera su objetivo de besarme intuyó que le soltaría una bofetada y seguiría mi rumbo sin voltear, pero no, en lugar de eso lo besé en el cuello, seguí con esos besos chiquitos y húmedos alrededor de su rostro. Como si fuera una persona muy cercana a él, dijo: Me encanta que me beses así.
Me fui a su boca, amé su exhalación, limpia, sin pruebas de pulmones sucios a causa del tabaco. De saliva diáfana, sin evidencias de alientos enfermos de gastritis o mala alimentación. Infinitamente suculento, sano, dominante, sutilmente agresivo, de esos que te acaparan con fuerza, retando tu resistencia y haciéndote bajar la defensiva.
Sentados en una maceta de un pequeño parque lateral a unas casas, cruzamos nuestras piernas, nuestra temperatura subía. Una mano que desconocí tanteó entre sus piernas, él la condujo al lugar adecuado, a punto de la desesperación vociferó: ¿Tienes correo, teléfono, donde te puedo buscar?
Si yo fuera la conciencia de ese alguien que me vio cruzar la calle y preguntado la hora, le diría: ¡ese no fue el plan! ¿Qué te pasa estupido? se supone que solamente la seducirías para besarla, y te irías sin más que decir.
Pero en mis adentros reía, tratas con alguien que aprendió a no enamorarse. Esos cuentos ya no existen. Caíste en tu juego.
Dejé de besarlo, me extrañé, y respondí: No, para ti no tengo teléfono ni correo.
¿Por qué para mi no? Para Polo tal vez.
Paris no existe, por tanto no tiene casa, ni correo, ni teléfono.
¡Aprieta, más, más! Así, así, ya viene, ya viene. Dijo con dificultad y en susurros, mientras cerraba los ojos. Mi mano tenía algo parecido a un escurrimiento nasal. Su camisa se había manchado. Me tengo que ir, necesito lavarme la mano. Dije.
La ilusión terminó, mi placer se había ido con ese líquido viscoso.
Huimos del pequeño parque, como para olvidar el lugar del delito. Necesito limpiarme, había un periódico tirado. Ese alguien sin vergüenza, lo señaló como posible oportunidad.
Paris habló: Polo, ve por una servilleta a uno de esos puestos y tráela por favor.
Lo vi dirigirse a los puestos de la verbena, era casi de mi estatura, su caminar me decía que era un adolescente queriendo ser grande. Entre mis temores pensé que no regresaría, pero volvió con la servilleta, me limpié.
Bueno bye, me tengo que ir! Se despidió. Yo estaba inmóvil eliminando la prueba del delito, alcé la mirada hacía Polo, repelé: ¡que descortesía! Ahora me acompañas. Gruñó: ¡pero me tengo que ir!, Yo también, así que me acompañas. Por muy patán que seas, nunca seas descortés con una mujer.
No soy un patán, pero si soy descortés. Pues conmigo aprenderás a no serlo, algún día me lo agradecerás. Respondí.
Lo tomé del brazo, vamos no quiero andar sola. No me gusta que me tomes así del brazo, es incomodo. A mi me agrada. No me voy a ir.
Lo solté y me tomó de la mano. Así esta mejor. Llegamos una cuadra antes del lugar a donde le pedí que fuera conmigo. Se despidió, dos besos concluyeron la velada a las 12: 15 de la madrugada.
Adiós Polo, Adiós Paris.
Él también tenía ganas de besar a alguien, cualquiera visiblemente capaz de saciar un simple placer de cortejo sexual, acudió a la persona indicada, en el momento indicado, a la hora perfecta, justo cuando caminaba en esa calle, cruzando el parque y la verbena.
Cualquier otra muchacha decente, no caminaría sola a esas horas de la noche, cualquier otra no hubiera estado ahí sin compañía de alguien, cualquier otra por muy guapo que fuese lo hubiera mandado al demonio, pero yo, le seguía el juego.
Cuando se presentó tratando de socializar, mi raciocinio me dijo que no era prudente, que podría ser un maniático, drogadicto, peligroso, que tendría que mandarlo al demonio a la primera oportunidad, no lo hice. Sabía que aunque lo fuera, sería aun más débil.
No olía, ni alcohol, ni a cigarro, con poca luz podía distinguir su ojos, no estaban rojos, y su palabras eran las típicas de un galán buscando una aventura, no era peligroso.
Lo miraba con los ojos que dicen que tengo de demonio, sin parpadear; la oscuridad, mi cabello negro, suelto, le daban una sensación tétrica,
Supongo que no esperaba reaccionara así, tal vez en cuanto concluyera su objetivo de besarme intuyó que le soltaría una bofetada y seguiría mi rumbo sin voltear, pero no, en lugar de eso lo besé en el cuello, seguí con esos besos chiquitos y húmedos alrededor de su rostro. Como si fuera una persona muy cercana a él, dijo: Me encanta que me beses así.
Me fui a su boca, amé su exhalación, limpia, sin pruebas de pulmones sucios a causa del tabaco. De saliva diáfana, sin evidencias de alientos enfermos de gastritis o mala alimentación. Infinitamente suculento, sano, dominante, sutilmente agresivo, de esos que te acaparan con fuerza, retando tu resistencia y haciéndote bajar la defensiva.
Sentados en una maceta de un pequeño parque lateral a unas casas, cruzamos nuestras piernas, nuestra temperatura subía. Una mano que desconocí tanteó entre sus piernas, él la condujo al lugar adecuado, a punto de la desesperación vociferó: ¿Tienes correo, teléfono, donde te puedo buscar?
Si yo fuera la conciencia de ese alguien que me vio cruzar la calle y preguntado la hora, le diría: ¡ese no fue el plan! ¿Qué te pasa estupido? se supone que solamente la seducirías para besarla, y te irías sin más que decir.
Pero en mis adentros reía, tratas con alguien que aprendió a no enamorarse. Esos cuentos ya no existen. Caíste en tu juego.
Dejé de besarlo, me extrañé, y respondí: No, para ti no tengo teléfono ni correo.
¿Por qué para mi no? Para Polo tal vez.
Paris no existe, por tanto no tiene casa, ni correo, ni teléfono.
¡Aprieta, más, más! Así, así, ya viene, ya viene. Dijo con dificultad y en susurros, mientras cerraba los ojos. Mi mano tenía algo parecido a un escurrimiento nasal. Su camisa se había manchado. Me tengo que ir, necesito lavarme la mano. Dije.
La ilusión terminó, mi placer se había ido con ese líquido viscoso.
Huimos del pequeño parque, como para olvidar el lugar del delito. Necesito limpiarme, había un periódico tirado. Ese alguien sin vergüenza, lo señaló como posible oportunidad.
Paris habló: Polo, ve por una servilleta a uno de esos puestos y tráela por favor.
Lo vi dirigirse a los puestos de la verbena, era casi de mi estatura, su caminar me decía que era un adolescente queriendo ser grande. Entre mis temores pensé que no regresaría, pero volvió con la servilleta, me limpié.
Bueno bye, me tengo que ir! Se despidió. Yo estaba inmóvil eliminando la prueba del delito, alcé la mirada hacía Polo, repelé: ¡que descortesía! Ahora me acompañas. Gruñó: ¡pero me tengo que ir!, Yo también, así que me acompañas. Por muy patán que seas, nunca seas descortés con una mujer.
No soy un patán, pero si soy descortés. Pues conmigo aprenderás a no serlo, algún día me lo agradecerás. Respondí.
Lo tomé del brazo, vamos no quiero andar sola. No me gusta que me tomes así del brazo, es incomodo. A mi me agrada. No me voy a ir.
Lo solté y me tomó de la mano. Así esta mejor. Llegamos una cuadra antes del lugar a donde le pedí que fuera conmigo. Se despidió, dos besos concluyeron la velada a las 12: 15 de la madrugada.
Adiós Polo, Adiós Paris.
GEISHA
6 comentarios:
"...i algún día conocen por obra de la casualidad a Polo, avisenle que aqui esta su historia."
Es mi retorcida mente o Polo es tu hombre ideal? Por supuesto, Polo como tal no existe.
Interesante redacción =)
No tiene peso, ni levedad específica la existencia de ambos personajes; lo relevante del relato es la confimación de aquella sentencia irreductible.
Nada nos seduce como aquello que inventamos para que nos seduzca.
gEiSha de la lecutura de tu escrito me di cuenta de tu habilidad para diagnósticar gastritis...¿Puede usted diagnosticar si tengo o no tapadas las vías urinarias?...
-no es cierto...
-si, si es cierto!
-dile la verdad, disculpate y escribe lo que piensas de su escrito, se serio!.
-soy serio y objetivo al decir que me preocupo por mi cuerpo...
-eres un menso! aportale algo que le sirva!, hombres...CASI todos son iguales..
-quién es la excepción, ehh??
-tu no, no te preocupes, duerme tranquilo...
-a bueno...entonces cuándo es la consulta???
-a mi me encanto! me gustaria hacer algun dia lo mismo, me refiero a atreverme a desafiarme, besillos.
-no es cierto eso, verdad?
por que yo puedo ser marco antonio muñiz.. a no, no?, jijiji.
- wawawawa!!. bueno adios geisha!!!
fe de erratas:uno ve lo que quiere leer.
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