Estaba en un cuarto, desnuda, encima de él, golpeando su rostro y diciéndole idiota, idiota, idiota, idiota. Intentó besarme. Me besó como un distractor, para que su sexo entrara en el mío. Lo impedí.
Volví a posarme resistente, mientras le decía: dime que me extrañaste, dime que me amas, dime que me amas, dime que me amas…
Lo dijo como un enajenado, lo gritó y entonces fue dueño de mi cuerpo, lo veía moverse, gemir dentro de mí, desear mi cuerpo, saciarse con mi cuerpo, mientras yo era una flor marchita, muerta, en esos momentos él hacía conmigo lo que quería. Comencé a llorar mientras me poseía, lloré y lloré, cuando no pude más vomité en su cara. El llanto cesó, él me vio indiferente y dentro de su cuerpo, me deshice en pétalos de flores. Desperté.
Ese mismo día Enrique, llegó a mi casa, su pretexto fue pagar los doscientos pesos, que yo le había dado a los policías municipales, para que nos dejaran.
Hablamos, tomé el dinero, le dije lo que tenía que decirle, le di unos cuantos insultos, tres bofetadas, y esa noche pude dormir tranquila.
6 comentarios:
Que historia tan fuerte,pero ¿quién es Enrique?.
Saludos.
Que triste, pero que dulce lo escribes.
Duro pero al mismo tiempo dió como resultado un final reconfortante
saludos
Es tiempo de hacer un alto. Maldito idiota.
Sí, vieran lo liberador que fue golpearlo, uf, lindo, y creo que podría dejarle las mejillas moradas sin remordimiento alguno.
...Y el arrepentimiento y el asco se perdieron en un tiempo que no admite altos, al sentir la liberación...
Besos
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