domingo, julio 09, 2006

Aunque me pidieses...

Estoy sola como siempre, sentada en los macetones, con cigarro en mano, una pierna arriba, los brazos atrás, Germán está a unos metros de mi, voltea y me queda viendo tratando de reconocer si soy o no soy, cuando es inevitable sentir su mirada alzo la mano para saludarlo y decide acercarse.

Su aspecto ha mejorado, trae una camisa de vestir, un pantalón negro y zapatos, pocas veces lo he visto así, ¿cuántos años han pasado? ¿Tres, cuatro, cinco? Cada vez que paso por el andador me recuerdo, nos recuerdo.
Una cinta sujetando mi cabello, el vestido teñido de rojo y negro, mis guaraches y mi bolsa de telar, una gorra en mis manos y mi boca pidiendo cooperación para el chelista.
Partituras en un atril sujetadas con pinzas para prensar ropa; él, no pasa del Suzuki II, toca a su manera, sin respetar correctamente los tiempos, su posición le hace enjutar la espalda, pisa con los dedos callosos la cuerdas mil veces desafinadas.
Jamás me dijo palabras bonitas, jamás un te quiero, jamás un te amo, jamás un quiero estar contigo, sólo tres días después de que nos conocimos me besó y susurró un “me gustas mucho” y sin más preguntó: ¿quieres ser mi novia?
Por él, conocí al Chefo un cantautor camionero, al Yayo un pintor cuyas pinceladas se hacen con una aguja e hilo, al Fredi un gordo con yiembe cantador, al fotógrafo de sangre dulce y siempre respetuoso que me llamaba “amiguita”.

Nunca le pedí que dejara de ser lo que era, un drogadicto sin remedio, un desmemoriado que me contaba cinco veces la misma historia en un día, un dejado que nunca me llamaba por teléfono, un alcohólico que ha menudo era golpeado en los bares, un cazador de gringas y mujeres que nunca recordaba, un incontable detenido por la policía municipal por encontrarle marihuana o estar tocando los yiembes hasta altas horas en la calle. Creo que por eso me gustaba.
Todos me decían lo mismo, “No debes andar con él”, pero me gustaba ver al mundo de otra manera, conocer a los viajeros interminables, a los indigentes jóvenes a quienes muchas veces les regalé comida, con tal de que me contasen sus aventuras, muchas veces mentiras, pocas veces verosímiles, pero siempre con la fascinación de lo que yo nunca podría hacer.
En esa época dejé de usar los sostenes con talla 32, su boca los hizo crecer, su cama era un buen refugio, sus manos recorrían mi entrepierna aún encima de los pantalones, ligeramente húmedos, tomaba mi rostro con sus manos pequeñas y con sus labios carnosos y oscuros por la quema de papel arroz, me enseñaban a conocer su boca.
El, conoció mi cama de niña, me abrazó en el sillón de la sala, lo guié hasta mi cuarto, me mostró su desnudez, y en la colcha roja mis manos exploraron su cuerpo corto, su espalda ancha; sus manos insistentes que no pudieron bajarme las bragas, no quiso obligarme, sabía que no era bueno robar un cielo que no merecía dejarse en su desmemoriada cabeza.
Nunca dijo palabras bonitas, pero lo mas amoroso que pudieron decir su boca de olor a hierba, sus venas piqueteadas, y su nariz polvorienta, fueron “aunque me pidieses, no te pienso dar nada, ni alcohol”*.

¡Hola! ¿Qué has hecho?

Saco el humo de mi boca y respondo desganada. -Nada, lo mismo de siempre.-
Tenemos una charla breve, le ofrezco el sorbo de mezcal que tomé unos minutos antes en una exposición de danza, él me ofrece café.

Un extranjero comienza a tocar una gaita frente a la iglesia de Santo Domingo, que está a nuestras espaldas, me quiero ir a casa, espero un rato más para escuchar el instrumento al que nunca he oído o visto tocar en vivo. Pienso en mi estúpido recuerdo infantil y caricaturesco de Anthony, Archi y Steve, tocando gaitas con faldas de cuadros rojos.
Su sonido retumba fuerte por todo el lugar, construye una atmósfera celta, me decido a despedirme de Germán, él me reitera su invitación para prestarme su instrumento e iniciarme en la música nuevamente, ya no tengo rastro de callos en los dedos, pero extraño mi poco talento en el violoncello.
Digo adiós, enciendo el último cigarro, camino nuevamente sola, jugueteando con mis dedos y escuchando la melodiosa gaita que se aleja conforme desaparezco del lugar.


Geisha
*Ahora pienso que fue un pinche egoísta, ja!

6 comentarios:

Venezolano1975 dijo...

Lindo!, muy lindo tu escrito, debe ser muy entretenido poder hablar cotigo y escuchar la construcción de tus ideas de esa manera tan especial que tienes de comunicar. No es solamente el recuerdo, la nostalgia, el sentimiento, lo principal es poderlo transmitir asi como lo haces.
Saludos
José

Raquel dijo...

Geisha, hola1 Ni me preguntes como llegue aqui.
He disfrutado muchisimo leer tu blog. Hay muchos otros blogs fuertones que son taaan comunes y taaan corrientes. Pero el tuyo esta perfectamente escrito, es crudo, a veces, pero profundo y divertido.
Felicidades por escribir asi...

Geisha dijo...

Para eso de la oralidad no soy muy buena, por eso me gusta escribir, así puedo expresar todo lo que siento, sin pelos en la lengua, fría, algunas veces colerica, otras con mentiras, otras exagerando la realidad,y lo disfruto bastante.

Raquel...
Me gusta lo sutil, aunque no lo niego yo también leo esos blogs fuertes y grotescos, siempre se aprende de ellos, pero aprecio infinitamente los bien escritos.
Además que sinceramente gozo de no tener muchos lectores (o por lo menos pocos lectores que comentan) y puedo tener un diálogo más directo con ellos.
Realmente nunca quedo satisfecha con lo que escribo, siempre creo que me faltan muchas cosas que puedo desarrollar y me quedo corta, pero trato de mejorar, se aceptan críticas, aunque siempre son incomodas, también ayudan a que uno pueda ver lo que no se ha dado cuenta, en lo que escribe.

Por cierto... ahora que está mi abuelo en casa tengo más cosas que contar. Jo jo! Los abuelos siempre son un tesoro de historias.

Saludos

DR dijo...

Sabes?..cada quien tiene su forma muy particular de amar..quiza Germán te amó a su manera, y te puedo asegurar que te amo, porque deseaba lo mejor para ti, sino hubiera sido asi, te hubiese arrastrado a sus vicios..Tu lo aceptaste como era...
Eso es amor, aunque uno nunca sabe cuanto dura o que lecciones de vida nos dejará...
Me gustó muchisimo tu escrito, y a pesar de estar tan lejos, te siento taaaannn cerca, me hace mucho bien leerte y escribirte.

Diana

Anónimo dijo...

Parece que algunos personajes están condenados al tránsito efímero en la vida de con quienes comparten más que un trago.

Yo sí te invito. Incluso alcohol.

Anónimo dijo...

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