martes, mayo 03, 2011

Un pre del regreso






Han comenzado las despedidas, ayer vino mi amiga Joyce, quien es mi vecina y tiene 72 años, la amé desde el primer momento que fui a visitarla y no paró de darme de comer, ja, ja, ja, encontrar a una amiga gringa que te invite de comer cosas ricas, no es algo común en este país.
Estuvo conmigo un par de horas y lamentó no haber podido pasar más tiempo conmigo para que le enseñara a hacer comida mexicana, ella es tan linda que me trajo de regalo una mascada y una brazalete, yo le dí un vaso tequilero que traje de mi viaje por San Miguel.
Voy en cuenta regresiva y en este momento puedo decir que no me molesta, hace dos semanas estuve en San Miguel de Allende en una de las casas más paradisiacas en las que haya estado, jaula de oro, porque me la pasé trabajando como nunca, discutiendo la filogénesis de la lechuga y curando con palabras esperanzadoras la depresión de la generala (mi mamá), además de quemarme la piel nadando en la alberca.
Cinco meses de nieve y kilos de ropa, hicieron que me valiera madres andar en vestidito en pleno metro de la ciudad, he de confesar que mis piernas son tan flacas que otro tiempo hubiera sido incapaz de someterme a tanta vergüenza, pero la fiebre de primavera me invadió, mi madre no paró de molestar que se me veían los calzones y que el chicharron se me salía... no saben cómo disfruté todas las miradas en el metro ¡órale cabrones veánlas, disfrútenlas porque por ver no se paga! (mientras no toquen todo está bien, ja, ja, ja, no se crean, también tengo mi lado ojete y por cada mirada lasciva les devolvía la mirada de ¿qué me ves pendejo?).


Es curioso, pero al subirme al avión de new york a chilangolandia, comencé con alergía en la nariz y en los ojos, al pisar suelo mexicano bendije la sonrisa de la persona que sella el pasaporte y te dice con ese hermoso tonito defectuoso ¡qué le vaya bien!, me sentí contenta por la sonrisa sin razón que me dio la señora que limpia los baños en el aeropuerto, todo iba bien hasta que en mi desesperación por comunicarme una maquina cabrona, se tragó cien pesos que le metí para comprar una tarjeta telefónica, todo el tiempo me pasa eso con las máquinas, sean las del defe o las del metro de Manhattan que siempre me roban dinero.
Volví a ver a mis amigas, una de ellas me recibió en su casa con un rico amarillo y un pastel de galletas, además de las deliciosas micheladas en medio de mi gran bocota que no paró de hablar, fuera de eso, entre mis amigos nos dimos cuenta que nuestra reunión fue como una de tantas, sentí como si nunca me hubiera ido, sentí como si hubiera sido ayer que pisaba el defe, andaba por el metro, comía en la calle y vagaba con Mirna hablando de la vida y lo lindo que era no hacer nada, mientras todos a nuestro alrededor se preocupaban más por ello que nosotras mismas, ja, ja, ja.
Siete días después regresé a Nueva York, mi regreso fue tan pesado que juré y perjuré no volver a someterme a esperas tan largas, estuve 4 horas en el aeropuerto de México, 5 en el avión y como mi vuelo estaba retardado, no pude alcanzar el autobús para ir de regreso a casa, toda una joda porque tuve que esperar 6 horas para el siguiente autobús. Esa madrugada di gracias a Dios que exisitieran los Mc Donals en Times Square, estuve hasta las cuatro de la mañana dentro de uno con un café extralargo y mi computadora, escribiendo para que no me corrieran del lugar, juré no volver a hacerlo, porque justo esa noche me invadió una tristeza terrible.
Toda esta odisea se borró cuando a las dos de la tarde del siguiente día, fui recibida con florecitas, una tortita de pollo de los subway (que tanto me gustan) y un refresco muy dulce, además de dos lindas manos para toda una noche de masaje.
Hago una cuenta regresiva, porque regreso en unas semana de nuevo, pero a Oaxaca y eso me hace soñar con comer tortillas calientes, ir a bailar al bar central, vivir en la Biblioteca del IAGO, volver a tener esas largas conversaciones con mis dos vecinos y amigos de vidas anteriores, caminar por el centro histórico y tomar café en el Nuevo Mundo, regreso con la fiebre de primavera, esa que después de un invierno duro nos invade a toda la gente que vivimos un encierro muy largo.
Fuera del invierno, debo aceptar que me la pasé chido, visité muchos museos, vi lo que nunca me esperé ver, tomé miles de fotografías (si son cerca de 10 mil, puede que sean pocas), conocí a gente extraordinaria, entre ellos al de las manos lindas, y aunque sigo teniendo acentote, ya hablo mucho mejor inglés, con un poco más de práctica mejorará considerablemente, sólo debo estar libre de este lugar en el que vivo para que mi lenguaje fluya.


Iré a casa en unas semanas, iré feliz por los pisos sucios de los mercados a comprar flores, a comer elotes con mucho queso y chile, y tomaré muchas fotos de mi país.





Sólo esto se ve en México.

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