Alterar el universo instrumental de las cosas, puede provocar grandes tragedias. Soy supersticiosa. Venir de una familia de chinos y brujas, no me hace estar ajena a tener algunas creencias muy arraigadas a la conspiración del universo.
Hoy me levanté tarde, si no es poque pasa el camión de la basura, hubiera prolongado mi siesta, pero tenía que pararme a tirar el chingomadral. Limpié la casa. Tomé la arriesgada decisión de deshacerme de unas cuantos objetos que clasifiqué como innecesarios.
Tirar a la basura papeles y demás chucherías que no sirven, puede representar una alteración irreparable al sistema de cosas y personas que me rodean.
Ayer experimentaba un estado de equilibrio, cinismo, poderío y placidez que no recuerdo haber tenido nunca. Me sentía con la suficiente capacidad de ser un ente individualista e indiferente. Reírme de las cosas que siempre he odiado. Ser capaz incluso, de declararme asexual (cosa ya demasiado extrema para mi, que todo el tiempo pienso en falos, roces, gritos y fluidos), pude sentirme segura por un instante, para poder vivir con la indiferencia de aquellos que me han alimentado de ilusiones inconclusas y que siendo sinceros, nunca he creído, pero reservo una pizca de esperanza para ver cuanto son capaces de arriesgar por mi. Nada ha pasado con esos hombres con poca decisión, pero mucha labia para endulzarme los oídos.
Pero les decía que eso de limpiar la casa, siempre ha sido una actividad de riesgo para mí.
Hace casi cinco años, tiré a la basura años de recuerdos, libros, papeles, juguetes y polvo de antigüedades simbólicas, que mi mamá o mi hermana, no se hubieran atrevido a hacer. El resultado fue: mi primera gran depresión anímica.
Hoy después de levantarme tarde, limpié la casa. Nuevamente me encabroné por la salvaje costumbre o incapacidad de mi madre, por no poder acomodar los cubiertos correctamente en cajón de la alacena vieja (que por cierto no se atreve a tirar, quesque mi papá se la regaló), yo les pregunto ¿es difícil acomodar cucharas en la hilerita de cucharas, tenedores en la hilerita de tenedores, cuchillos en la hilerita de cuchitos? ¿no verdad?, pero está bien, hay que comprender que mi mamá tiene cierta patología con el orden.
Les decía... después de hacer algunas cosas que no acostumbro entre semana, me arreglé para ir al trabajo, me puse el vestido con escote, y disculpen mi narcisismo, pero ¡qué linda me veía! Llegué a la escuela con parte de ese cinismo plácido del día anterior. Saludé, me disponía a firmar cuando de pronto la secretaria me dice: ‘Ah, el maestro Calleja falleció hoy’.
Demasiada tranquilidad siempre es rara. No pude evitarlo pero me desplomé al instante. Lloré y me admiré que todos en la escuela estuvieran tan engreídamente indiferentes. ¡Tan tranquilos! ¡Puta madre! Si había alguien a quien en verdad estimaba en esa escuela era a él. Al viejito que siempre me daba el consejo oportuno sin pedirlo. Al maestro que con sus frases cortas y filosóficas me instruía, por la mirada sin camino que veía en mi. Alguna vez me regaló un poema de Lope de Vega, que transcribió a máquina para mi. Él, mi admirador declarado, el señor de los piropos amables, de los chistes blancos.
En toda la escuela me veían como un bicho raro, porque no dejé de llorar como una niña a la que le duele algo, pero no sabe qué es. Así como ahora se me cierra la garganta y la nariz.
No sé cómo diablos pude dar clase. Reintegrarme a mi papel de autoritaria quebrantada. Creo que si con alguien hablaba más en esa escuela sin afán laboral, era conmigo. Y si alguien en esa escuela le había perdido el temor de ser criticado o regañado, era yo. Nuestras conversaciones no duraban más de quince minutos, tiempo suficiente para dar oxigeno a mi cerebro algo atrofiado.
Mi maestro querido se fue. Yo sé que la gente grande se muere, pero como duele perder a alguien que se lleva tanta sabiduría a una fosa.
Cuando los demás vieron mis ojos rojos, no tardaron en decirme que ‘así es la vida’, pero una mente tan lúcida, tan instruida, tan humilde como la de ese hombre no he conocido muchas. Hoy solo quería que alguien me abrazara, que me tuviera la paciencia necesaria para soportarme en su hombro, para darme un kleenex y que no me dijera nada, ni siquiera un consuelo, ni una frase, nada, sólo que me dejara llorar y llorar como estúpida, como niña que llora y que no sabe por qué le duele.
Ya no quiero volver a tirar las cosas que me parecen inservibles en la casa.
2 comentarios:
Duele...claro que duele...creo que a veces duele mas que uno no alcanza a despedirse de esas personas que han sido tan queridas por nosotros...
Recuerdo que habias mencionado a este maestro en post anteriores, como uno de tus grandes admiradores =)
Abrazo Mi Geisha...
Diana
Mirá que... Cuando alguien tan querido para mí se va, me privo... Es decir... No digo, no hago, no suelto... Me quedo en el limbo... Como asimilándolo... Después de una semana, chillo y chillo sin parar... Como 2 días nomás...
Tengo como 2 semanas que no tiro la basura de mi casa...
Un abrazote y un besote...
Cheers...
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