domingo, noviembre 02, 2008

Noviembre

En la tarde del 31 de octubre, corrí al cajero para sacar el dinero de la quincena, e irme al mercado a comprar las cosas para el altar. Este año me pareció tan horrible que mi familia estuviera al borde de la indiferencia total y la muerte sin su ofrenda.
Compré cañas, tejocotes, nísperos, mandarinas, jícamas, cacahuates, una calaverita de chocolate, una vela y unos ramilletes de cempasúchil y cresta de gallo.
Cada año tengo la creencia más firme, los muertos en su camino de regreso necesitan de la luz que uno les enciende en el altar; porque la ofrenda va más allá del sentimiento que guardamos a las personas que se fueron y seguimos amando, es entender que el altar también representa la ofrenda que hacemos a la muerte, al Mictlantecutli.
Después de las cosechas o de un año productivo, destinar algo de nuestro trabajo a las deidades de cada región, es algo que nadie debe olvidar, no en la tradición de mi pueblo.
Hoy fui al panteón. De todas las festividades en el año, podré no tener navidad, no ir a la iglesia, ni festejar otras fechas, pero es una ley estar el 2 de noviembre en el panteón.
Conocí a mi padre en un metro de tierra. Configuré su imagen en una fotografía que cuelga en el centro de una pared de mi casa. Intenté soñarlo y decirle entre recuerdos que esa figura no era la de él. Comprendí el llanto de mi madre, cuando a mis veinte años perdí a mi esposo también. Supe que el amor se puede maximizar por la muerte de alguien, pero alimentarlo me llevó a la ruina emocional, de la que apenas me repongo y puedo gobernar sin tanta neblina de dolor.
En el panteón vi al tío Pepe sentado frente a una tumba de mármol, con muchas macetas y flores bien vivas, un techito pintado de azul con estrellitas fluorescentes, angelitos dorados en las columnas y placas de vidrio con el nombre de ‘José Efrén Vásquez’, era el recinto de Pepito, su hijo, que murió el mismo año en que yo enviudé.
No toleré verlo mucho tiempo, porque si ya había aprendido a controlar mi llanto de años atrás, no me hubiera contenido esta vez.
Tío Pepe siempre me abrazaba cuando era niña, me botaba al aire pensando que eso me agradaba, pero supongo que eso me provocó un pánico extremo a las alturas.
Hace ya catorce años cuando fuimos al panteón a ver la tumba de mi papá, y pasamos a ver al tío Pepe que vive cerca del campo santo, abrió la puerta de su casa con un bebé en brazos, nos admiramos tanto que nos costó creer que era su hijo.
Conocimos a la progenitora mucho tiempo después, porque al parecer él estaba a cargo del papel de la mamá. A sus cincuenta años lo que más deseaba era ser padre, y la vida le había sonreído, en sus ojos se veía el amor que le tenía a ese bebé.
A los ocho años de Pepito, nos enteramos que tenía leucemia, la última vez que vi al niño, ya no tenía cabello y jugaba en la calle, donde yo también jugué cuando era niña.
No fui al velorio, ni al entierro pero supe de la pena global, nadie en el vecindario daba cabida de la antesalada de muerte de un niño, y peor aún, al arrebatamiento de un hijo a un padre que lo había deseado tanto.
Meses después mi marido falleció. A diferencia de Pepito, él murió de improviso y sin antesala. Aprendí a llorar, aprendí a aceptar la pena de una viuda sin hijos, sin riqueza, ni patrimonio, ni herencia, más que la expiación que cargo conmigo cada noviembre.

5 comentarios:

La Guera Rodríguez dijo...

QUEEEEEEE..???
lei bien...??

como que perdiste a tu marido a los 20 años??
viuda a los 20...=(
me cuesta creerlo...

Abrazos y besos

DIana



p.d.una vez me dijiste lo que para ti significaba lapalabra "marido", en este caso aplica?

Gran Fornicador dijo...

Mmmm, ver los nombres de Auster, Dajandra y este post junto con la memoria de tus fotos es suficiente para orgasmear a cualquier persona sensata... mira que hasta a distancia tienen tal efecto tus poderes.

sexy dijo...

que historia en vd. me lleno de mucha tristesa. de por si ya estaba triste por que para mi el dia 2 de noviembre no puedo valtar a mi cita de ir al panteon.

Luis F. C. dijo...

Siempre he pensado en la importancia del altar pero nunca puse alguno por que no tenía a nadie a quien ponerlo. Desafortunadamente este año falleció mi bisabuela y el altar llego a la casa.

El inmenso mar de la melancolia dijo...

Eso le llamo aprender de la vida. Yo aprendì de este relato.
Maravilloso.