Hace un par de noches acepté con resignación mi mediocridad. En medio de una fiesta donde sólo pronuncié unas veinte palabras, dije que mi discurso sería reservado a la basura.
Ese fin de semana, pensé en los hombres por los cuales he cambiado profundamente, hombres con los que ni siquiera he tenído un lazo emocional o sexual.
Anoche en un sueño tormentoso, soñé justamente con el último que hasta la fecha sigo reservando un sentimiento de gratitud, pero también de un fuerte rencor. En el sueño, había una pelea, era le enésima vez que me gritaba le contestaba a pesar de un miedo absurdo. Hacía un esfuerzo gigante en decirle todo lo que tenía reservado como un escupitajo de veneno.
Regresé al invierno de Nueva York y de un tiro me levanté de la cama, mi ropa estaba ensangretada y ese fue el pretexto para no volver a dormir. Tenía miedo incluso de retomar el sueño y sentir de nuevo el frío y ver la nieve en mis botas.
Hace un par de años Mariana nos recibió en su casa, haría cena especial, invitaría a unas cuantas personalidades, cineastas, escritores y bufones profesionales. Con aceptación volví a guardar silencio, remití mi discurso a la basura y tragué con placer pendejo un paté de higado de pato.
Cuando el vino se acabó y comenzó la mezcla de cerveza, las líneas de cocaína eran caminitos blancos en el cristal de la mesa que horas antes habían albergado la cena comprada en un restaurant por Mariana, mis dos acompañantes Lidia y Rosa, terminaron tiradas en el piso. Yo sólo me dediqué a observar y hacer una pregunta estúpida que me recordó a mi primer maestro.
Hacía diez años. Sobre un un espejo y con una tarjeta telefónica, Rolando aplastaba polvo blanco, después de bajarse el pedo, comenzó a llorar, habló de Atenco, platicaba que semanas antes de tanto aspirar como una hoobert, sintió cómo un pedazo extraño había salido de su nariz, ese mismo día revisó algunos libros de medicina y llegó a la conclusión de que se trataba de un pedazo de cartílago, ocasionado por cocaína combinada con veneno para ratas.
El esposo de Mariana, no dejó de percibir mi declarada inmutabilidad, mi insoportable abstinencia, mi insolente amabilidad al cuidar a mis amigas y de tajo me pasó un popote. No gracias, respondí. Tengo miedo a que se me caiga un cartilago, agregué.
Gonzalo rió grotescamente. Afirmaba era la mejor broma que había escuchaba en mucho tiempo. Arremetí contra mi estupidéz, no había abierto la boca en toda la noche más que para comer, y ahora que decía algo era para ridiculizarme.
Rechacé un ofrecimiento generoso. No volví a ser invitada.
Hace unas cuantas noches, busqué en qué entretenerme mientras todos se emborrachaban. La única idea inteligente que se me ocurrió era levantarme de mi silla y largarme a dormir.
Hice enojar a algunos melómanos de la música electrónica con Coldplay y Beirut. Reservé mis discursos basura del porqué me gustaban esas bandas, también reservé el discurso basura a Gonzálo sobre el cartílago de mi primer maestro, Rolando.
Hoy en la mañana Rolando en mi facebook, escribió: "Gonzálo es un escritor muerto de hambre, asociado con la mierda más fétida de la política oaxaqueña".
El sueño fue revelador, me sentía ofendida gratuitamente porque Rolando había insultado a Gonzálo. Mediocremente, acepté mi derrota, con falta de palabras y explicaciones, borré el comentario.
No dije más.
2 comentarios:
Imaginé lo del cartilago!! ewww...bizarro.
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